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miércoles, 7 de mayo de 2008

Los seis años en Guantánamo del periodista Sami Al Hajj

“A la luz de mi propia experiencia de encarcelación soy consciente de lo difícil que debe ser para ti y para tu familia sobrellevar tu detención, y espero que tu caso se pueda resolver pronto”.

Esta es parte de la carta que Alan Johnston, corresponsal de la BBC que fuera secuestrado durante cuatro meses en Gaza, escribió a Sami Al Hajj, cámara de la televisión Al Yazira, cuando este último llevaba cinco años detenido en Guantánamo sin que se hubiesen señalado formalmente cargos en su contra.

Un acto de solidaridad entre colegas de profesión que no fue el único, ya que decenas de periodistas, organizaciones de derechos humanos y cientos de personas anónimas han expresado a lo largo de este tiempo su apoyo a Sami Al Hajj, conocido en el mundo como el prisionero 345.

Finalmente, la semana pasada, en vísperas del Día Internacional de la Libertad de Prensa, las autoridades de EEUU dejaron salir a Sami Al Hajj sin dar explicación alguna de lo sucedido.

Detención en Pakistán

Como bien resalta Algarabía, Sami Al Hajj, sudanés de origen, se encontraba en Damasco junto a su familia cuando tuvieron lugar los atentados de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

Días más tarde, el 22 de septiembre, la cadena qatarí le pidió que viajara a Afganistán para cubrir los ataques de las fuerzas estadounidenses contra el régimen talibán.

Era su segundo trabajo para esta televisión. Y aunque contaba con un pasaporte en regla, y con visado de periodista, los servicios de inteligencia paquistaníes (ISI) lo detuvieron alegando que se trataba de lo que se conoce como un “enemigo combatiente”.

Secuelas psicológicas

Tras ser detenido, Sami Al Hajj, que tenía 33 años, fue conducido a la base de Bagram, donde sufrió largas sesiones de tortura. En sus propias palabras: “los peores 16 días de mi vida”.

Desde allí fue enviado a Guantánamo, prisión en la que seguirían las vejaciones físicas y psicológicas durante los siguientes años, tanto es así que en enero de 2007 Al Hajj perdió la voluntad de vivir y comenzó una huelga de hambre. Cada día era atado de pies y manos para ser alimentado por la nariz.

Quienes lo vieron en libertad la semana pasada afirmaron sorprendidos que Al Hajj parece un anciano. La cadena Al Yazira, que en todo momento defendió la inocencia de su cámara, realizó un documental que ganó numerosos premios sobre la historia del prisionero 345.

Al Yazira sufrió dos ataques de EEUU. Sus oficinas de Kabul fueron bombardeadas en noviembre de 2001. Como también las de Bagdad, en 2003, hecho que costó la vida a un periodista.

No pocos explican la detención de Al Hajj como un mensaje, como una forma de presión, a los reporteros de esta cadena, prohibida, curiosamente, no en pocos países árabes que la consideran demasiado liberal, y acosada constantemente en los propios EEUU y en Israel.

¿Por qué?

El tiempo perdido en la vida de Al Hajj jamás le será devuelto, como el daño que físico, psicológico y moral que se le causó nunca le será compensado.

Imposible comprender la soberbia de los EEUU, que ha montado una red internacional de secuestro y tortura que viola las nociones del derecho más elemental.

Si cuando trabajaba para una compañía de bebidas qatarí, según informa el Washington Post, Al Hajj realizó varios viajes a Azerbaijan a principios de los años noventa en los que podría haber llevado dinero para combatientes musulmanes en Chechenia y Bosnia, ¿por qué no buscar testigos, por qué no juzgarlo con garantías?

Difícil entender por qué este país, que algún día se erigió como un estandarte de la democracia, insiste en comportarse al modo de las peores dictaduras latinoamericanas de los años setenta, no sólo llevándose por delante la vida de inocentes, sino erosionando su propia imagen a niveles de decadencia moral que quizás sólo había alcanzado en los tiempos de Henry Kissinger.

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