Por Alejandro Marcó del Pont
Deudas y mentiras andan barajadas juntas (F. Rabelais)
La derecha es una gran creadora de mitos; de hecho, una inmensa y
legendaria fábrica de relatos, en economía resulta un deleite de
disimulo, el camuflaje y la desfiguración de la verdad. Para dar un
ejemplo, en la Argentina actual, el nuevo ministro de economía ha puesto
en funcionamiento una nueva iniciativa llamada “fábrica de dólares”, a
mi entender de añeja existencia. El traslado de ahorros al exterior debe
ser la principal exportación del país, pero para la matriz mediática es
un nuevo relato con idéntico final. El problema argentino nunca fue la
generación de dólares sino su permanencia en el país.
En lo que respecta a la tradición alternativa de cualquier sector
político en el mundo, se le puede cargar la incapacidad de hallar una
respuesta transformadora o imaginar relatos alternativos o mitos, como
el trueque, la existencia natural de los mercados, o, para este
artículo, el misterioso mito de ¿honrar las deudas? La deuda es el tema
central de la política internacional ante cualquier modificación
económica de las grandes potencias. Pero la mayoría de los mortales no
sabemos exactamente qué es, menos aún su transformación en un mandato
bíblico para respetarla, poco democrático para solicitarla, ya que nadie
nos consultó para tomarla, esquiva en cuanto a la afectación social de
su pago, y por ningún motivo defaulteable.
Nuevamente tomaremos al antropólogo David Graeber como guía, en este
caso, su libro En deuda. Una historia alternativa de la economía. A este
autor nos referimos en un texto anterior, por lo que tranquilamente
este artículo pudo llamarse “Deudas de mierda”. Sin embargo, ahora no
analizaremos su monografía, sino que tomaremos algunos disparadores que
nos sugiere su lectura, y que fomentan una reflexión diferente a lo que
tenemos a la vista. Y en el tema deuda, vaya si lo es.
David Graeber marca dos cosas interesantes en su libro que seguiremos
tangencialmente. La primera, el hecho de que no sepamos qué es la
deuda, la propia flexibilidad del concepto, nos propone, es la base de
su poder. Si algo enseña la historia es que no hay mejor manera de
justificar algunas relaciones que hacerlas parecer éticas, sobre todo
hacer sentir que es la víctima la que ha hecho algo inadecuado, como
llevar una falda muy corta, un vestido provocador o un estado con
compulsión al gasto. Durante miles de años los imperios han sabido
convencer a sus víctimas de que les deben algo, como mínimo “les deben
sus vidas” por no haberlos matado. Esto se ve claro hoy, los agresores
suelen exigirle al invadido el pago de una compensación por el costo de
la agresión, el petróleo de Iraq, las reservas de Afganistán y,
seguramente, dólares y oro ruso servirán para pagar los nuevos
beneficios del aparato bélico americano y la infraestructura ucraniana.
Pero la deuda no es solo la justicia del vencedor, puede ser también
una manera de castigar a ganadores que nadie suponía que debieran ganar,
como veremos en el caso de Haití. El segundo punto se basa en la idea
de que a largo de la historia ha habido maneras eficaces de que el
prestamista sacudiera su vergüenza: trasladar la responsabilidad a una
tercera persona o insistir en que el deudor es incluso peor que el
acreedor. Esta idea, central en el relato, es la que se ha impuesto a
los pueblos desde siempre, para entender, en el caso actual, el usurero
FMI es igual de malo que el despilfarrador Estado deudor, que mantiene
vagos, subsidia servicios, emite dinero y después no quiere afrontar sus
obligaciones, por lo que garantizar el pago es una cuestión moral.
El mejor ejemplo de enviar la responsabilidad a terceros es el
Mercader de Venecia de William Shakespeare. En la Europa medieval era
común que los comerciantes utilizaran a empleados judíos como
subordinados y prestamistas. Primero le negaban a los judíos la
posibilidad de ganarse la vida con nada que no fuera la usura y
periódicamente se volvían contra ellos, asegurando que eran criaturas
detestables por cobrar intereses, aunque comerciantes y terratenientes
se apropiaran de las ganancias. Muy parecido al sistema financiero o al
Tesoro Americano actual, los endeudados del mundo están habilitados a
insultar al judío FMI, aunque todo el establishment trabaje para la
embajada americana y el sistema financiero se quede con las ganancias.
La Iglesia católica había prohibido los préstamos de dinero con
intereses, pero las reglas a menudo caían en desuso, por eso la idea
siempre fue ocultar al usurero. La iglesia enviaba frailes mendicantes
de ciudad en ciudad advirtiendo a prestamistas que, a menos que se
arrepintieran y restituyeran totalmente lo que habían sacado a sus
víctimas, irían con toda seguridad al infierno. A diferencia del relato
actual, los mitos por cobrar interés estaban llenos de terroríficas
historias acerca del juicio divino a los usureros: terribles
enfermedades, casas encantadas por los fantasmas o demonios que pronto
devorarían su carne; la idea era infundir temor. Mismas ideas y tan
aterradoras, como en la actualidad, si se nos ocurre solamente pensar en
no pagar.
Durante miles de años, la lucha entre ricos y pobres ha tomado en
gran parte forma de conflictos entre acreedores y deudores. Las
discusiones acerca de las ventajas e inconvenientes del pago de
intereses, de la servidumbre por deudas, condonaciones,
condicionalidades, confiscación, apropiaciones, privatizaciones y hasta
venta de los hijos del deudor como esclavos. Términos como “ajuste de
cuentas” o “redención” son los más obvios, dado que surgen directamente
del lenguaje de las antiguas finanzas. Pero para conseguir gobernar
incluso en un régimen basado en la violencia, se necesita establecer
algún tipo de reglamento, sistema monetario mundial, SWIFT, BM, FMI.
etc. Al fin y al cabo, para discutir con el rey hay que usar el lenguaje
del rey, para discutir con el FMI no solo se necesita el inglés.
Lo interesante del tema es que no sabemos cómo, pero la moral estatal
se convirtió en un asunto de impersonal aritmética, y al hacerlo,
justificamos cosas que de otra manera nos parecerían un ultraje o una
obscenidad. Esta idea supone que si uno debe cuarenta cuatro mil
millones de dólares al 4.2% de interés, como es el caso de la deuda
tomada por el gobierno argentino anterior, en realidad no importa quién
la tomó ni quién es el acreedor. No es necesario calcular los efectos
sociales, solo es necesario calcular el monto, los balances, las
penalizaciones, los tipos de interés, el ajuste fiscal para llegar a
pagar. Si las familia termina empeñando su casa, pasar frío en invierno y
calor en verano, están desempleados, son pobres o recogen comida de un
basurero…, bueno, es una lástima, pero para el acreedor es secundario.
El dinero es el dinero, y un trato es un trato.
David Graeber entiende que no hay demasiada diferencia entre un
gánster que desenfunda un arma y te exige mil dólares como “protección” y
el mismo gánster desenfundando un arma y exigiendo que le des un
“préstamo” de mil dólares. De cualquier manera, nunca habrá justicia
para enjuiciar al gánster. Con esta lógica, ¿cuál sería el estatus de
los bonos del Tesoro Americano cuando pueden congelar y apropiarse de
las reservas, ya sea en bonos, dólares u oro? ¿Esto tendría que tomarse
como una deuda o como simples tributos? La actualidad se parece
demasiado a los códigos legales de la India medieval. En esa época no
solo los préstamos con interés eran permitidos sino que se enfatizaba a
menudo que un deudor que no pagara renacería en su siguiente vida como
sirviente en la casa de su acreedor, algo parecido a lo que sucede hace
décadas que renacemos en la casa del FMI como sirvientes.
Lo más interesante es determinar en qué momento la comunidad
internacional percibe que hay algún problema moral del país deudor.
Bueno, eso sucede solamente cuando se muestra lento en el pago de sus
deudas. Si los ajustes son desmesurados, si la pobreza aumenta, no
parecería haber un problema moral, ni siquiera político. Pero como
dijimos, la deuda no es solo la justicia del vencedor, puede ser también
una manera de castigar a ganadores que no se suponía que ganaran. No te
atrevas a ganar o a no pagar.
El ejemplo más espectacular de esto es la historia de la República de
Haití, el primer país pobre al que se colocó en un estado de esclavitud
mediante deuda. Haití era una nación fundada por antiguos esclavos de
plantaciones que cometieron la temeridad no solo de rebelarse, entre
grandes declaraciones de derechos y libertades individuales, sino
también de derrotar a los ejércitos que Napoleón envió para devolverlos a
la esclavitud.
Francia clamó de inmediato que la nueva república le debía 150
millones de francos en daños por las plantaciones expropiadas, así como
los gastos de las fallidas expediciones militares, y todas las demás
naciones, incluido Estados Unidos, acordaron imponer un embargo al país
hasta que pagase la deuda. La suma era deliberadamente imposible
(equivalente a unos 25.000 millones de dólares actuales) y el posterior
embargo consiguió que el nombre de Haití se convirtiera en sinónimo de
deuda, pobreza y miseria humana desde entonces.
Cualquiera podría pensar que lo de Haití es historia del pasado, muy
lejos de la realidad. Pero revisemos un ejemplo cercano. Emmanuel Macron
decidió hacer una gira regional por tres antiguas colonias francesas de
África tratando de proteger sus zonas estratégicas, y frenar la
ofensiva rusa en el territorio, aunque esta última frase parezca
absurda.
El mapa que está arriba coloreado muestra a los países que manejan
una moneda común, que ahora significa “Comunidad Financiera Africana”
(CFA), aunque en el momento de su creación significaban “Comunidad
Francesa de África”. En sus orígenes, el franco CFA era una moneda
colonial impuesta desde la metrópoli, y todavía hoy París retiene una
gran influencia en los países que la utilizan ya que, aunque no lo crea,
el 50% de las reservas de los Estados que usan el franco CFA deben ser
depositadas en el Tesoro francés. Además, las transacciones de franco
CFA a otras divisas pasan por París, y es el Banco Central francés el
que se ocupa de la impresión de esta moneda. Realmente lo de Rusia es
una completa desvergüenza.
Pero esta idea de no tener moneda, ya sea como CFA, o dólares, como
Argentina con la convertibilidad, o Ecuador en la actualidad pasaron a
ser simples tributos, pero en moneda externa. Esta narrativa se
convirtió en un fuerte armamento mitológico. El propio John Maynard
Keynes llegó a la conclusión, que adelantó en las primeras páginas de su
Tratado del dinero, que era más o menos la única conclusión a la que se
puede llegar si uno no parte de premisas previas, sino del meticuloso
examen del registro histórico: que la minoría de lunáticos, básicamente,
tenía razón. Fueran cuales fueran sus orígenes primitivos, durante los
últimos cuatro mil años el dinero ha sido una criatura del Estado. Los
individuos, observó, hacen tratos entre ellos. Asumen deudas y prometen
pagos.
El Estado, por tanto, aparece ante todo como la autoridad legal que
obliga al pago de la cosa que corresponde al nombre o descripción en el
contrato, en el caso argentino flojo de papeles nacionales y para el
FMI. Pero actúa doblemente cuando, además, se otorga el derecho a
determinar qué cosa corresponde al nombre, y a variar su declaración
cada cierto tiempo; cuando, por así decirlo, se arroga el derecho a
reeditar el diccionario, como cuando ataca al idioma español con
definiciones como reperfilar deuda.
No hay Estados sin dinero y no hay Estado sin tributo, porque los
Estados usan los impuestos para crear dinero y son capaces de hacerlo
porque se han convertido en los guardianes de la deuda que todos los
ciudadanos tienen con todos los demás. Pero ahora son los guardianes de
la deuda que todos los ciudadanos tienen con el exterior, en realidad,
son los guardianes de la deuda externa.
Desde siempre se han pagado impuestos para que el gobierno nos
proporcione servicios. En un comienzo servicios de seguridad: el
ejército era, a menudo, casi el único servicio que el gobierno podía
proporcionar, después se dedicó a dar golpes de Estado para servir a los
poderosos, que endeudaron los países. Hoy, por supuesto, el gobierno
proporciona todo tipo de cosas. Se dice que todo esto se retrotrae a un
supuesto “contrato social” con el que de alguna manera todo el mundo
estuvo de acuerdo, aunque nadie sabe exactamente entre quiénes, o cuándo
ocurrió, o siquiera por qué deberíamos estar sujetos por decisiones de
antepasados lejanos a este respecto, cuando no nos sentimos sujetos a
decisiones de nuestros antepasados en ningún otro aspecto, menos al pago
de deudas del pasado.
Lo cierto es que el mito de honrar las deuda se convirtió en un
precepto y el conocido eslogan de Margaret Thatcher “There is not
alternative” (“No hay alternativa”), pasó a ser la única solución. El
establishment, para su conveniencia, la clase política, los medios, el
progresismo, todos están realmente convencidos que no hay otra
alternativa que pagar. Al igual que el contrato social, sería bueno
saber quién piensa eso, los políticos en sus barrios cerrados, los
simples administradores de las grandes fortunas o las grandes fortunas.
Contarle las costillas a la clase media con aumentos de la energía,
quita de subsidios al transporte público, no parar la inflación,
agudizar la caída del poder de compra, concentración la riqueza,
¿imaginan que es la solución de administrar una deuda con el extranjero
empobreciendo los ciudadanos de la nación es la salida?
Hay un país con una economía bimonetaria, pero solo el 1% de las
empresas compraron y fugaron U$S 41.124 millones, y en el caso de las
personas solo el 1% de los compradores de dólares se llevó U$S 16.200
millones, según el BCRA, entre 2016 y 2019. Ellos ni siquiera fueron
convocados a dar explicaciones de dónde sacaron sus fundos, porque no
hay forma de justificarlos. Ellos, con su dinero a resguardo en el
exterior, no participan de honrar la deuda. La idea de pagar las deudas,
al igual que no prestarle a los países cuyas expectativas de devolución
son desfavorables, Ucrania por ejemplo, son simples mitos.
Nos quedaría explicar el mito de por qué el 1% gana con la deuda y
99% la paga. Otro artilugio aritmético digno de una imaginativa
narrativa.
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2022/08/07/deuda-cuando-la-moral-se-convirtio-en-aritmetica/