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lunes, 16 de agosto de 2010

La confesión de Magnetto


Por Roberto Caballero Director.tiempoargentino.com
Admitió que acaudilló un reclamo agro-sectorial como latifundista de Chivilcoy en sociedad con otros dos latifundistas de Corrientes, y que entonces puso todos los medios disponibles a manipular el humor social, a la opinión pública, para derrotar una decisión del Ejecutivo, luego avalada por Diputados, y que encontró sepultura definitiva en el voto no positivo del vicepresidente Julio Cobos. Lo dijo él.


El lunes 9 de agosto, por la tarde, Héctor Magnetto, Ceo del Grupo Clarín, reunió a la cúpula gerencial, editores y periodistas con responsabilidad en la bajada de línea editorial del holding. Ante tan importante auditorio, el empresario opositor al gobierno comunicó cosas obvias y algunas no tan obvias, pero todas ellas interpretadas luego por los medios del circuito tradicional como naturales o sin implicancias en nuestra vida cotidiana.
Lo cierto es que el jefe del grupo accionario que controla Cablevisión (por donde vemos los canales de TV que ellos deciden), Fibertel (por la que accedemos a Internet), Canal 13 (que nos permite ver a Tinelli), el diario Clarín (producto masivo asociado al desayuno con mate y medialunas en millones de hogares), Radio Mitre (la segunda radio más escuchada) y otras 190 empresas ligadas a la comunicación, el periodismo y el entretenimiento en la Argentina, se reveló esa tarde, además, como un magnate a lo Berlusconi con pretensiones de orientar al país en dirección contraria a lo que decide, desde la cúpula del Estado, el kirchnerismo gobernante. La diferencia entre Magnetto y Berlusconi es que el polémico italiano, al menos, aceptó jugar dentro de las normas de la democracia moderna. Es fascinante ver cómo en la Argentina de hoy se transparenta la pelea entre el poder mediático-empresario-autolegitimado en audiencias masivas obtenidas a través de posiciones dominantes u oligopólicas en el mercado que detentan hace décadas– y el poder surgido en las urnas, avalado por el voto popular y legalizado por los mecanismos que la Constitución dispone, nos guste más o menos. La disyuntiva entre grupos económicos vs democracia nunca quedó tan expuesta.
Vemos cómo a plena luz del día, abandonando las prácticas nocturnas y sigilosas, y hasta los buenos modales, los dueños permanentes del dinero blanquean (sin eufemismos) que tienen más herramientas y mejores ideas que los dueños momentáneos de los votos. Estamos siendo testigos, ustedes y nosotros, de una experiencia inédita. Sólo hay que ver para entender que el statu quo atraviesa una crisis profunda, donde sus habituales interlocutores de la vieja política no consiguen articular una oposición eficiente al kirchnerismo, es decir, fallan en la defensa de sus históricos privilegios y deciden, por una vez, evitar ser los titiriteros y enfrentarse a campo abierto con lo que detestan: el gobierno de la democracia y sus tibias aunque interesantes políticas redistributivas, presentadas paradojalmente desde la prensa hegemónica como el saqueo patrimonial del conjunto social.
Ante cientos de testigos, la tarde del lunes 9, confesó finalmente Magnetto, uno de los hombres más inteligentes de la escena del poder nacional, ya no el editor escudado en la libertad de prensa ficticia en la que dice creer para disimular su preocupación por la propia rentabilidad, sino el dirigente político: “Ustedes saben que yo soy de Chivilcoy; José y Héctor Aranda (sus vicepresidentes en el grupo) tienen campos en Corrientes, somos hombres de campo (…) Nosotros nos pusimos al frente del conflicto (por las retenciones, en aquellos días de la 125) y, a partir de allí, el gobierno decidió destruirnos.”
Magnetto admitió que acaudilló un reclamo agro-sectorial como latifundista de Chivilcoy, en sociedad con otros dos latifundistas de Corrientes, y que entonces puso todos los medios disponibles a manipular el humor social, a la opinión pública, para derrotar una decisión del Ejecutivo, luego avalada por Diputados y que encontró sepultura definitiva en el voto no-positivo del vicepresidente Julio Cobos. Lo dijo él. No se trata de un análisis de Carta Abierta o el filósofo Ricardo Forster. Si Magnetto subordinó en su momento a los poderes de la democracia para defender sus hectáreas en Chivilcoy, ¿qué no haría por impedir la aplicación de la nueva Ley de Medios, que lo obliga a ceder su posición dominante en el mercado de la comunicación?
Todo lo que vemos que hace todos los días desde los medios que regentea, sin advertirles a sus audiencias cuáles son las reales motivaciones de la pelea: distorsionar, mentir, manipular y, quizá lo más grave de todo esto, presentar su problema como si fuera el problema de todos nosotros, desviando la atención hacia su bolsillo.
¿Cómo hacen un país, una sociedad y un sistema como el democrático para crecer y mejorar si no pueden poner en palabras sus agobiantes deudas y disfuncionalidades verdaderas, que las hay y muchas, si desde a TV, la radio y la prensa gráfica de Magnetto, el de Chivilcoy; y los Aranda, de Corrientes, instalan de modo continuo que lo que hay que discutir son los problemas que ellos dicen tener?
¿Cómo se construye Nación, cómo se prepara el futuro de todos, cómo se piensa en una Argentina de 100 millones de habitantes viviendo dignamente, si los dueños del poder y del dinero nos machacan cada día, a toda hora, con su propia histeria antigubernamental ante el miedo a perder un poco de lo mucho que amasaron cuando tenían, además, a la política, a las leyes y al Estado jugando de su lado?
Magnetto y sus socios de la AEA y la UIA sueñan con volver a un pasado glorioso, donde nada ni nadie, ni la dictadura genocida, ni la democracia de baja intensidad que vivimos en las últimas décadas, se propusieron ponerle límites a su voracidad mercantil.
Ya sabemos qué pasó cuando todo eso sucedía: desocupación en masa, discurso único, Estado ausente –cuando no bobo–, salarios bajos, paritarias inexistentes, quiebra de las medianas y pequeñas empresas, aumento de la inseguridad y humillación a los jubilados. Eso ya lo sufrimos, no lo sabemos por Clarín y La Nación: lo vivimos en carne propia.
Lo aprendimos con un enorme costo.
Alguien debería avisarle al señor Magnetto y sus aliados que nadie hizo más por mejorar al kirchnerismo que sus propias torpezas. Como dice Eduardo Grüner: hay mucha gente que no es oficialista, sino que es opositora a los que se oponen a las cosas que el Estado hoy hace más o menos bien. Porque el Estado hoy no es terrorista, como lo fue en los ’70. No es neoliberal, como lo fue en los ’90. El Estado democrático actual, con sus muchas deficiencias, es la última esperanza de inclusión social en la Argentina. Para los que creemos y postulamos una sociedad igualitaria, hoy el Estado está a la izquierda de Magnetto y su utopía conservadora. Y no es por un capricho de los Kirchner: es un logro colectivo.
La última equivocación del Ceo de Clarín se produjo el lunes 9.
Llorar en público por sus presuntas pérdidas patrimoniales y el acoso de las agencias gubernamentales, creyéndose intocable en un mundo donde todos somos tocados de alguna manera. Mientras el magnate se quejaba y dibujaba en la mesa de arena nuevos escenarios imaginarios de confrontación, afuera un país entero trabajaba para vivir un poco mejor.
Nos cuesta mucho, Magnetto, no crea que es fácil. Y a veces también lloramos.
Pero esas lágrimas son nuestras, por nuestros dolores y nuestras ilusiones.
Las suyas nos resultan ajenas, igual que sus vaquitas

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