Después de la Revolución Libertadora quedé incorporado al peronismo. Antes había quedado ajeno, aunque con simpatía al movimiento. Fui preso por esconder a un diputado peronista, con quien no tenía mucha relación, pero algunas veces había venido a mi casa a consultarme temas históricos, y yo a la suya a discutir historia con los antirrosistas. Me refiero a John Wiliam Cooke. En un momento, serían las dos de la mañana, tocaron el timbre de mi departamento. Yo vivía solo. Era Cooke que no podía entrar en el departamento que le facilitaron en ese mismo edificio porque le dieron una llave equivocada. Recordó que yo vivía allí y venía a pedirme asilo. Obré como debe obrar un criollo. Lo hubiera hecho aunque fuera mi enemigo, y Cooke no lo era. Puse la casa a su disposición y a la mañana me fui a dictar mi cátedra a La Plata. Cuando vine me metieron preso. Me tuvieron en una oficina bastante incómoda y después me pasaron a un salón muy grande de la jefatura. Era un tribunal, pero como no lo había visto nunca, ni en película. Un estrado con seis o siete jueces de uniformes de las distintas armas; uno sólo, en un extremo, de civil. Cuatro o cinco filas de sillas ocupadas por gente de uniforme de alta graduación y señoras y niñas muy bien arregladas que me miraban -esa fue mi impresión- con infinito desprecio: era un “peronacho”. Me hicieron sentar en una silla frente al estrado y después de sacarme fotografías y, creo, películas, se apagaron las luces de la sala y potentes reflectores se concentraron sobre mí. Situación deprimente. Hacía cinco o seis días que estaba preso, dormía malamente en una silla apoyado en una mesa, sin bañar, con el traje arrugado y manchado, la barba sin afeitar (era lampiño entonces), el pelo alborotado. Y estaba iluminado por reflectores ante un público tan distinguido. Empezó a interrogarme el miembro civil del tribunal:
-El capitán Gandhi le pregunta…
-¿Quién es el Capitán Gandhi?
-Soy yo.
Porque ese capitán de civil hablaba en tercera persona. Me preguntaba sobre Rosas. ¡Eso era la locura! Pero cuando hablan de Rosas se me olvida el sueño, el cansancio, la depresión, el lamentable estado en que me encontraba y me puse a dar una clase de Rosas a ese público absurdo. -El capitán Gandhi le dice que usted sabe mucho de Rosas.
-Tal vez tenga razón el capitán Gandhi. Pero si quiere que le hable de Rosas, que me invite una tarde a su buque, nos tomaremos dos whiskies y le digo todo lo que el capitán Gandhi quiere saber sobre Rosas… pero no sé por qué me han traído con ametralladoras y en este estado.
Aquí cambió la expresión del capitán:
-Es que usted enseña cosas que pervierten a la juventud y nos gustaría comprobarlo.
-¿Pervierto a la juventud?
–Los trata de hacer rosistas cuando Rosas fue un tirano, como el prófugo, que mató mucha gente. -No mataba tanta, capitán. Los que mandaba a fusilar fue por traidores a la patria.
-¿Cómo a la Patria? En todo caso traidores a Rosas.
-Toda la época de Rosas es de conflictos internacionales, con los bolivianos con los franceses, con los ingleses, con los brasileños, y esa gente ayudaba al enemigo.
-¿Guerra con Francia, con Inglaterra?, ¿Cuándo?
-Con Francia hubo dos intervenciones: la de 1838 y la conjuntamente con Inglaterra de 1845.
-Ah... ¡los bloqueos!
-Pero el capitán Gandhi debe saber que un bloqueo es una acto de hostilidad, y además no se limitaron los interventores a bloquear; también bombardearon Martín García, Atalaya, la Vuelta de Obligado…
-Pero no bombardearon Buenos Aires…
Bueno, dicen que por una réplica uno es capaz de hundirse hasta las verijas y yo que soy polemista de alma, no iba a perder la ocasión que me brindaba el capitán.
-Buenos Aires nunca fue bombardeada por marinos… extranjeros.
Por el momento el capitán no pareció darse cuenta de la intención, pero llegó un papel, lo leyó y me dijo:
-Su interrogatorio, señor, ha terminado. Lo íbamos a poner en libertad, pero queda detenido por ofensa a la Revolución Libertadora.
Anécdota extraída del libro “Conversaciones con José María Rosa” de Pablo José Hernandez, Ediciones Fabro.
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