Un relato de Eduardo Galeano
1.
Escuchamos el ruido del motor creciendo desde lejos. Estábamos en el muelle, de pie, esperando. Haroldo balanceaba el farol con un brazo; con el otro envolvía a Marta, que temblaba de frío.
El faro buscahuellas atravesó la neblina y nos encontró.
Saltamos a la lancha.
Por un instante alcancé a ver el bote destartalado, bien tirante de la cuerda; en seguida se lo tragó la neblina. En ese bote yo había remado, a la caída de la tarde, hasta la isla del almacén.
La neblina brotaba del río oscuro, como un hervor.
Hacía mucho frío en la lancha. Los pasajeros cuchicheaban. El frío golpeaba más porque se estaba acabando la noche. Remontamos un arroyo angosto, luego otro más ancho, y desembocamos en el río. La primera claridad del día irrumpió tras las siluetas de los álamos. La vaga luz iba desnudando las casitas de madera medio comidas por las crecientes, una iglesia blanca, las hileras de árboles. Poquito a poco se iluminaban los penachos de las casuarinas.
Me alcé en la popa. Se sentía un olor limpio. La brisa fresca me daba en la cara. Me entretuve mirando el tajo de espuma que perseguía a la lancha y el brillo creciente de las ondas del río.
Haroldo se había parado a mi lado. Me hizo volverme y lo vi: un enorme sol de cobre estaba invadiendo la boca del río.
Nosotros habíamos pasado unos días en el delta, bien adentro, y volvíamos a Buenos Aires.
2.
Haroldo Conti conoce como pocos este mundo del Paraná. Sabe cuáles son los buenos lugares para pescar y cuáles los atajos y los rincones ignorados de las islas; conoce el pulso de las marcas y las vidas de cada pescador y cada bote, los secretos de la comarca y de la gente. Sabe andar por el delta como sabe viajar, cuando escribe, por los túneles del tiempo. Vagabundea por los arroyos o navega días y noches por el río abierto, a la ventura, buscando aquel navío fantasma en el que navegó una vez allá en la infancia o en los sueños. Mientras persigue lo que perdió, va escuchando voces y contando historias a los hombres que se le parecen.
3.
Hoy hace una semana que lo arrancaron de la casa. Le vendaron los ojos y lo golpearon y se lo llevaron. Tenían armas con silenciadores. Dejaron la casa vacía. Robaron todo, hasta las frazadas. Los diarios no publicaron una línea sobre el secuestro de uno de los mejores novelistas argentinos. Las radios no dijeron nada. El diario de hoy trae la lista completa de las víctimas del terremoto de Udine, en Italia.
Marta estaba en la casa cuando ocurrió. También a ella le habían vendado los ojos. La dejaron despedirse y se quedó con un gusto a sangre en los labios.
Hoy hace una semana que se lo llevaron y yo ya no tengo cómo decirle que lo quiero y que nunca se lo dije por la vergüenza o la pereza que me daba.fuente.elortiba.org
[Del libro Días y noches de amor y de guerra - Descargar libro]
Escuchamos el ruido del motor creciendo desde lejos. Estábamos en el muelle, de pie, esperando. Haroldo balanceaba el farol con un brazo; con el otro envolvía a Marta, que temblaba de frío.
El faro buscahuellas atravesó la neblina y nos encontró.
Saltamos a la lancha.
Por un instante alcancé a ver el bote destartalado, bien tirante de la cuerda; en seguida se lo tragó la neblina. En ese bote yo había remado, a la caída de la tarde, hasta la isla del almacén.
La neblina brotaba del río oscuro, como un hervor.
Hacía mucho frío en la lancha. Los pasajeros cuchicheaban. El frío golpeaba más porque se estaba acabando la noche. Remontamos un arroyo angosto, luego otro más ancho, y desembocamos en el río. La primera claridad del día irrumpió tras las siluetas de los álamos. La vaga luz iba desnudando las casitas de madera medio comidas por las crecientes, una iglesia blanca, las hileras de árboles. Poquito a poco se iluminaban los penachos de las casuarinas.
Me alcé en la popa. Se sentía un olor limpio. La brisa fresca me daba en la cara. Me entretuve mirando el tajo de espuma que perseguía a la lancha y el brillo creciente de las ondas del río.
Haroldo se había parado a mi lado. Me hizo volverme y lo vi: un enorme sol de cobre estaba invadiendo la boca del río.
Nosotros habíamos pasado unos días en el delta, bien adentro, y volvíamos a Buenos Aires.
2.
Haroldo Conti conoce como pocos este mundo del Paraná. Sabe cuáles son los buenos lugares para pescar y cuáles los atajos y los rincones ignorados de las islas; conoce el pulso de las marcas y las vidas de cada pescador y cada bote, los secretos de la comarca y de la gente. Sabe andar por el delta como sabe viajar, cuando escribe, por los túneles del tiempo. Vagabundea por los arroyos o navega días y noches por el río abierto, a la ventura, buscando aquel navío fantasma en el que navegó una vez allá en la infancia o en los sueños. Mientras persigue lo que perdió, va escuchando voces y contando historias a los hombres que se le parecen.
3.
Hoy hace una semana que lo arrancaron de la casa. Le vendaron los ojos y lo golpearon y se lo llevaron. Tenían armas con silenciadores. Dejaron la casa vacía. Robaron todo, hasta las frazadas. Los diarios no publicaron una línea sobre el secuestro de uno de los mejores novelistas argentinos. Las radios no dijeron nada. El diario de hoy trae la lista completa de las víctimas del terremoto de Udine, en Italia.
Marta estaba en la casa cuando ocurrió. También a ella le habían vendado los ojos. La dejaron despedirse y se quedó con un gusto a sangre en los labios.
Hoy hace una semana que se lo llevaron y yo ya no tengo cómo decirle que lo quiero y que nunca se lo dije por la vergüenza o la pereza que me daba.fuente.elortiba.org
No hay comentarios.:
Publicar un comentario