Tiempo Argentino los reunió para rememorar aquel día que cambió la vida social y política argentina. Entonces, ambos marcharon junto a más de un millón de personas hasta la Casa Rosada para reclamar la liberación de Perón.
Hacía un calor insoportable. La gente que llegó desde la Plata estaba con los pies doloridos y por eso metieron las patas en la fuente”, relata el poeta Alfredo Carlino sobre aquella jornada histórica del 17 de octubre de 1945.
Carlino, poeta, boxeador y periodista, junto a Julio Morresi, militante peronista y Padre de la Plaza de Mayo, participaron con cientos de miles de personas en aquella jornada fundacional del movimiento justicialista.
Tiempo Argentino los reunió para que recordaran ese día clave de la historia argentina, cuando ambos eran adolescentes y, junto a más de un millón de personas, marcharon a Plaza de Mayo para reclamar la liberación de Juan Domingo Perón. Entonces, Morresi era cadete en la panadería La Nueva Americana de Parque Patricios. Tenía 6 hermanos y había nacido 15 años antes en Mar del Plata.
Carlino, en cambio, era un poco más chico. Pero, a pesar de tener tan solo 13 años ya trabajaba en el diario Standard, como cadete. Además ya escribía poesía, boxeaba y cuenta que alguna vez cruzó guantes con José María “El Mono” Gatica.
El diálogo comienza con una curiosidad muy simple, ¿qué recuerdan de aquel 17 de octubre?
La pregunta genera los primeros reproches de Carlino. Explica que para entender ese día, hay que empezar el relato casi una semana más atrás en el tiempo, el 12 de octubre de 1945, cuando el general Edelmiro Farrell ordenó la captura de Perón.
Ese mismo día se realizó “El picnic de la Plaza San Martín”, donde los “oligarcas” comieron servidos por sus criados frente al Círculo Militar. Según Carlino, “eran casi 70 mil” y “se reunieron para marchar hacia la Casa Rosada”. Su objetivo era pedir que la Corte Suprema de Justicia asumiera el gobierno nacional. En ese momento, el poeta militaba en el nacionalismo, “la única formación orgánica de ese momento que coincidía” con sus ideales. Junto a 600 personas, el boxeador invadió la comilona al grito de “Patria sí, colonia no” y “Elecciones sí, Corte no”.
Si bien reconoce que tuvieron que retirarse ante la inferioridad numérica, se enorgullece de “haberle cambiado los planes a los oligarcas, que nunca pudieron llegar a la Casa Rosada”.
Para Morresi, el 17 de octubre empezó como casi todos los días de su adolescencia hasta esa época: en la panadería. “De repente escuché mucho ruido, venía un montón de gente caminando. Me dije: ‘Hago una cuadra y después vuelvo a trabajar.’ Pero el entusiasmo fue tan grande que me quedé”, se emociona.
La suya era una de las columnas que atravesó Parque Patricios, pero el fenómeno fue replicándose por toda la ciudad: cientos de miles de obreros salieron de las fábricas para unirse a la manifestación que culminaría frente a la Casa Rosada.
“Era la primera vez que iba a la Plaza de Mayo, era raro ir al centro. Creo que tomamos la calle Chiclana, después Garay, Entre Ríos y Avenida de Mayo.”
–¿Qué sucedió cuando llegó a la plaza?
–Fue una emoción muy grande ver el Cabildo, después de dibujarlo tantas veces de chico en la escuela. Era impresionante la cantidad de gente que había. Llegaban de todos lados, por Diagonal Norte y Diagonal Sur, además de Avenida de Mayo. Éramos tantos que algunos nunca pudieron llegar a la plaza.
–¿Y cómo lo vivió usted, Carlino?
–Recorrimos Florida ida y vuelta hasta Santa Fe tratando de que la gente viniera a la plaza. Cantábamos “Los que están con Perón, que vengan al montón.” Los “galeritas” se escondían. Era raro que los obreros circularan por el centro.
Los “galeritas” eran los oligarcas de esa época. Julio cuenta entre risas que de pequeño, en Parque Patricios ataban un piolín desde una casa hasta un árbol, “un poco más alto que una persona”. Cuando los distinguidos transeúntes atravesaban el piolín, invariablemente sus galeras terminaban en el suelo.
Carlino recuerda que el 17 de octubre estaba vestido con un blazer azul y “un pantalón gris que le había afanado a mi viejo”. Ese día ya tenía una significación muy especial para el boxeador, porque era su cumpleaños. “Mi familia se asustó mucho, porque el 16 de octubre no volví a casa a dormir y nadie sabía a dónde estaba. Había invitado a mis amigos a comer chocolate con churros, que era lo que se usaba por aquella época. Cuando venían a saludarme, mi mamá se preocupaba cada vez más. Imaginate cuando escuchó que hubo tiros y un muerto.”
Ese muerto fue Darwin Passaponti, el primer mártir peronista. Era amigo de Carlino y poeta, como él. Después del discurso de Perón, cuando los “descamisados” comenzaban a regresar a sus casas, desde la terraza del diario Crítica, llegó un tiro mortal lanzado por los militantes comunistas que lo mató.
Antes de eso, hubo que esperar casi 12 horas para que los militares liberaran a Perón y desde el balcón de la Casa de Gobierno, el líder le pidiera a la multitud que fuera “del trabajo a casa y de casa al trabajo”, para evitar enfrentamientos con militares.
“La gente no entraba por ningún lado. Se habían subido al Cabildo y a todos los lugares posibles. Muchos se trepaban a los árboles y como los que estaban abajo también querían subir, los agitaban. La gente caía como si fueran manzanas”, rememora Morresi a las carcajadas.
Para saciar al apetito, “El canario de Shakespeare”, como llamaban a Carlino en la periferia de los rings de boxeo, por su afición a la literatura, eligió algún “bolichón” de la zona. “Nunca nos dieron nada por ir a los actos. Ahora dicen que regalan choripanes, para mí es todo mentira”, se ofusca Carlino.
Morresi tuvo más suerte.
“Una pareja muy solidaria me preguntó si tenía hambre. Contesté que sí y me regalaron un pedazo de pan enorme, justo a mí, que era panadero. Además me dieron unas fetas de mortadela. Fue un manjar, ¡me lo comí con unas ganas!”, dice Morresi.
“Mi vida y toda mi formación estuvo signada por ese día. Después ser peronista fue terrible. Fuimos discriminados y perseguidos. Incluso hoy escucho a veces gente que dice ‘Gran tipo Carlino, lástima que es peronista’, como si fuera un leproso “, destaca el poeta.
La historia de Morresi también estuvo marcada por el 17 de octubre. Se convirtió en un militante ferviente. “Siempre de base”, dice orgulloso. Sus dos hijos siguieron sus pasos y luego de militar en la UES, Norberto fue secuestrado y desaparecido por la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. En 1989 pudo enterrarlo, luego de que el Equipo de Antropología Forense encontrara sus restos. El menor, Claudio, brilló en la Primera División de Huracán y River, aunque eso no le impidió ser presidente de la Juventud Peronista de Parque Patricios mientras sacudía las redes en el “globito”. Actualmente su hijo es el Secretario de Deportes de la Nación. “Me transformé en peronista sin saberlo”, explica, y asegura que vio en Perón a “un líder verdadero, que luchaba por lo que nosotros siempre habíamos querido”.
El regreso a casa y los abrazos con la familia también son recordados con alegría. Para su cumpleaños le regalaron una bicicleta, pero eso fue lo de menos. “Todos lloraban”, dice Carlino. Las lágrimas no eran por él, sino por la vuelta de Perón.
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